EL DRAC DEL POU | 2017

Proyecto realizado en el verano de 2017 durante una residencia de arte urbano en Muro, Mallorca, organizada por Si Déu Vol  y Portmanteau Productions. El objetivo de esta residencia es realizar intervenciones artísticas en el entorno rural y en contacto directo con sus habitantes.

 

Este proyecto consiste en recuperar y revivir una leyenda autóctona del pueblo. Conté con la colaboración del artista e historiador residente en Mallorca Julio Lebrato, junto con el que desarrollé toda la investigación del mito. También contamos con la ayuda del archivero de Muro y con la de otros habitantes del pueblo como Miguel Ángel que nos dieron detalles de lo que se conocía sobre la leyenda autóctona del Pou d’en Drac, un pozo del cual sale por las noches un ser abominable para alimentarse y realizar fechorías. Dimos forma a toda esa información sobre la leyenda del Drac de Muro y creamos una serie de altares por el pueblo, con placas institucionales, dando la apariencia de ser antiguas, para que los visitantes del pueblo tomaran estas imágenes como algo histórico del pasado. Crear un nuevo culto pagano ancestral en el pueblo.

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Esta es la historia del Drac del Pou

Por Julio Lebrato

 

Jorge Luis Borges distingue entre dragones celestiales, dragones divinos, dragones subterráneos y dragones terrestres. Posiblemente los de Muro no pertenezcan a los dos primeros grupos, más propios de Asia, África y Centroamérica. Es probable que tengan más de dragones terrestres que de subterráneos: los dragones subterráneos tan sólo se dedican a custodiar vastas riquezas en sus profundas cavernas, mientras que los terrestres son inquietos, vinculados a las corrientes, los arroyos y los ríos.

 

 
Creemos que en la parte norte de Mallorca, pero especialmente en Muro, la figura del dragón terrestre tiene una especial trascendencia. Nada más natural, ya que, aunque esta isla parezca una tierra reseca y carente de ríos, son abundantísimos los pozos, torrentes, balsas y humedales conocidos y explotados desde la prehistoria. Podemos imaginar que ya entonces se concebía la isla como una gran piedra porosa, atravesada por grandes galerías, enormes depósitos de aguas dulces, con sus cataratas, torrentes y la correspondiente fauna mitológica.

 

 
Los pobladores, desde la más remota antigüedad, han sabido de la relación existente entre superficie y subsuelo, manifiesta de múltiples formas. La tradición se ha ocupado de mantenerla viva y presente a través de los siglos, disfrazándola lo justo para adaptarla a las ideologías y religiones preponderantes. Por ejemplo, todos sabemos que los orígenes de los correfocs y las collas de dimonis se pierden en la noche de los tiempos, y que se las han arreglado para pervivir durante tantísimos siglos gracias a leves barnices o coartadas, sucesivamente romanas, visigóticas, árabes, etcétera. Todavía hoy podemos ver cómo, aún en una forma más o menos cristianizada, no hay persona que, sea cual sea su creencia, no se sienta seducida e inspirada. A pesar de tanta adaptación de conveniencia, y también manipulación por parte de los poderosos de turno, han conservado su capacidad de fascinación gracias a su simbolismo primordial, fácilmente identificable y, como veremos, pronto a recobrar toda su fuerza en cuanto tiene ocasión.

 

 
Pero, ¿por qué Muro va a destacar al respecto sobre otras localidades de la misma zona? Sin menoscabo para ellas, que merecen todos nuestros mejores respetos y más cordiales simpatías, la mayoría de antropólogos coincide en que Muro y sus alrededores tienen un marcado carácter demónico y draconil, de hecho un paraíso para todo interesado en las pervivencias paganas. No queremos sugerir, sin embargo, que el resto de la isla ande flojo al respecto: no hay zona falta de oquedades, cuevas, dolinas o avencs con nombres referidos a dragones. De hecho, esto evidencia que desde la más remota prehistoria, siempre que se hallaba una caverna, un abismo, automáticamente se atribuía al nido de un dragón, a su dormitorio o al espacio que dejó uno de sus gigantescos huevos al abrirse y dejarlo salir. Además, se presumía que todos estos espacios estaban comunicados y que los dragones circulaban libremente de uno a otro, siempre demasiado veloces para verlos, pero notando su influjo sobre las aguas subterráneas, que animaban con sus carreras o tal vez segregaban o incluso eran ellos mismos. No, no hay razón para sentirse ofendido si se piensa que aunque que un dragón tuviese querencia, por ejemplo, por Sa Pobla, a los pocos minutos bien podría asomar la cabeza por el pretil de un pozo en un patio de Palma o de Sóller.

 

 
Sin embargo, en Muro es tanta la relevancia de dragones y demonios -entes que no mencionamos juntos por casualidad- que en los Archivos Municipales resulta prácticamente imposible hallar la menor mención de otros entes no menos respetables, tales como las dones d’aigo, bruixes y bubotes.

 

 
A lo largo de los siglos se ha invertido una gran cantidad de esfuerzo en el intento de explicar el origen y significado del topónimo “Muro”. Sin duda todos los vecinos conocen la hipótesis según la cual el nombre se debe al aspecto de muralla que ofrece el pueblo -o el promontorio en que se encuentra- visto desde el norte, al venir de la costa. Investigadores de reputación internacional han propuesto recientemente que Muro deriva de la palabra árabe morabito, aplicada a los lugares sagrados y de retiro espiritual. Posiblemente los ocupantes árabes, fascinados por la orografía de la localidad y sus alrededores, pensaron que se trataba de una gran ermita de marés o una construcción similar. Investigadores tan serios y fiables como nosotros piensan que estaban en lo cierto: se trata de una elevación, aunque a la inversa. Es decir, no debida a la adición de materiales, sino a un larguísimo proceso de supresión y vaciado. Siglos y siglos de extracción de bloques de arenisca en torno a la villa acabó por dejarla en el centro de un laberinto de canteras, depresiones y simas. Eran excavaciones a las que se dedicaba gran parte de los habitantes, aunque nadie pudiera recordar cómo ni cuando comenzaron. Evidentemente, no podían deberse simplemente a las manos humanas. Imaginemos lo que puede implicar para mentes dadas al pensamiento mágico generación tras generación de agradecimiento pero también miedo a las criaturas residentes en las canteras y sus cuevas, pensando en que, algún día, el promontorio que sostenía la localidad, de puro perforado y atravesado de lado a lado por los túneles y moradas de estas incontables e inquietas criaturas, podría venirse abajo…

 

 
Y es que todo mito es ambivalente, es un concentrado inestable de fascinación y repugnancia, de vanidad y disimulo. Para conocer mejor este proceso analicemos la famosa leyenda sobre el “Pou d’en Drac”.

 

 

Recordémosla:

 

 

Cada noche, un dragón sale de su pozo -un enclave verídico situado a poca distancia de Muro- en busca de alimento. Atrapa cabras y ovejas para devorarlas, y finalmente captura a un niño. Su padre se introduce en el pozo desesperado y de alguna manera regresa del subsuelo con su hijo ileso. Se trata de una anécdota universal y básica. Su fin explícito es hacer que los niños repriman toda curiosidad temeraria y se mantengan lejos de los pozos, simas y cuevas abundantemente diseminados en cualquier zona rural. En el caso de un pueblo rodeado de canteras y consciente de un subsuelo atravesado por múltiples galerías y conducciones, además de heredero de numerosas supersticiones superpuestas, el lógico miedo a la tragedia se convierte una obsesión demasiado presente y explícita que de alguna forma hay que articular. De ahí que aparezcan distintas versiones. En unas el padre recibe la ayuda de Sant Antoni, en otras hace pactos con el Demonio (no confundir con el Diablo) o con un dimoni cualquiera; también es posible que el pacto sea con el dragón mismo. Puede ser un pacto con trampa (con el padre o Sant Antoni aprovechándose burlonamente de la ingenuidad o estulticia del dragón o del dimoni), pero también puede que no la haya, y el padre se comprometa a tomar periódicamente el lugar del dragón, o del dimoni. En todo caso, hablamos de un descenso con ida y vuelta, una regresión pactada.

 

 

 

Es posible creer que esta leyenda nos habla del Draco Troglodytes tradicional, el conocido habitante del subsuelo que vive en los pozos y se alimenta de animales domésticos y niños desobedientes. Pero ¿qué pasaría si el dragón y el dimoni fueran una misma entidad? Recordemos, que en el dialecto de muchos lugares de habla catalana, drac sirve para una persona fea, uniceja y desgreñada, huesuda y magra, de rostro cetrino y bárbaro. Es evidente que se trata del tipo de persona exageradamente retratada por los disfraces de dimoni de nuestras fiestas. No es la representación tradicional de un personaje bíblico. Ni una cuestionable caricatura xenófoba: se trata del arquetipo del hombre que habría existido antes de inventarse la sociedad y la cultura, poseído de todas las tosquedades, simplezas y bestialidades (de ahí que suela adornarse con huesos, aludiendo a su situación de carroñero y tal vez caníbal) pero también de vitalidad y resistencia infinitas. Un personaje ambiguo, tan fascinante como repelente, libre para bien y para mal de las trabas, tabúes y obligaciones que a veces son una ventaja pero casi siempre una pesadilla. Véase que, como ocurre en toda celebración de este tipo carnavalesco, mientras uno está disfrazado de dimoni tiene permitido, casi obligado, cualquier gesto desmesurado, obsceno e irreverente. De un dimoni se espera cualquier cosa menos autocontrol.

 

 
El título nos permite aún otra interpretación: al decir pou d’en drac en vez de pou d’es drac estamos dando a entender que se trata de una persona. Así que… ¿y si el cuento no hablase de un monstruo fantástico, sino de un monstruo más real: un hombre feo como un ogro, tan malo y mezquino que se comía vivo a todo niño que se asomaba a su madriguera? (Y podemos rizar el rizo y sugerir que era un personaje socialmente rechazado, obligado a malvivir en la periferia del pueblo por unos vecinos que, para calmar sus conciencias, van atribuyéndole rasgos deshumanizadores hasta que con el correr de los años acaba siendo un monstruo marginado voluntariamente…)

 

 

 

 

Sea cual sea la interpretación -todas estas interpretaciones y algunas más pueden ser válidas al mismo tiempo- acabamos volviendo al punto de partida: el subsuelo de Muro como algo vivo y agitado, aunque sólo sea por todos los habitantes que se le han ido atribuyendo desde la más remota prehistoria. Una población subterránea deseosa de adueñarse de la superficie, aunque sea temporalmente. Pero si no fuera por esta liberación periódica no podrían soportar su encierro. Quién sabe si morirían o se irían a otra parte: sólo se sabe que la interacción entre subsuelo y superficie se vería modificada drásticamente.